Me paro en una estrella e interrogo a la luna.
Ella todo lo vio.
Sabe que aún me estremezco
por el recuerdo de tus dedos en mi cuerpo.
Traspaso la puerta roja y quiero que la pinten de negro.
Platico con los astros, giro y giro en un mareo.
Otro orgasmo llega a mí con sólo recordar.
Me doy cuenta que eres el tibio mar que baña mi vientre,
para que la verde agua pueda ser de un azul tan profundo.
Esos gemidos se eternizaron en el valle.
Juntos, miradas, caricias, besos, palabras,
promesas de extrañarnos,
pero siempre juntos, con la medida perfecta.
Todos los días suplico que caiga el sol para que sea mío tu cielo.
El aire transporta tu aroma que es melancolía.
Me celo del viento que juega con tu cabello.
Palabras y frases surgen de la nada y lo rehacen todo,
en carnal, en sexual, en deseo.
Y quedan escritas como testigos silenciosos de nuestro interior.
Hace días que te extraño y aún no transcurren.
Los persigo por obligación, pero con gusto
volvería a posarme entre tus brazos
para poder besarnos con aliento.
Por suerte, tuve tiempo de eternizar tu aroma:
eres mío, te capturé, te embrujé.
Mi piel aún huele a ti, a tu trote.
Mis manos recuerdan tu cuerpo, y mis labios,
y mi boca, aún te desean.
Mis ojos sangran lágrimas desesperadas
y sólo dices un “te quiero”.
Aprendes a penetrar una cavidad inexplorada.
Me transportas, me elevas y poco a poco
recupero la razón.
Reconozco que eres el único que puede
consumirme con su fuego.
Veo a mi ángel por primera vez,
como otro canto que llega a mi existencia.
Me purifica con sus besos.
Con fe recibo sus palabras.
Ciega a lo que soy: sólo siento.
Pasar una noche entre tus brazos
es mágico y perfecto.
Acoplarnos a nuestros sentimientos
hace único lo que siento.
Cada noche te recuerdo, te deseo.
Suspiro y la nostalgia
hace que te ame más cada día.
Te inmortalizo
y estás presente en mi cuerpo...
