24 marzo 2009

Rituales


Los que poseemos cierta locura para invadir sentidos ajenos con textos lejanos, fantasías propias, metáforas y analogías, con onomatopeyas y licencias literarias mal otorgadas, tenemos rituales para profesar la consagración de la palabra que traslada a universos alternos, que describe aconteceres inciertos, que brinda el cobijo del amanecer diario.

Mi ritual consiste en caminar por las calles cosmopolitas de San Cristóbal, comprar un pastel de chocolate en la panadería Madre Tierra, sentarme a respirar el gélido y aún limpio aire que despiden los pinos sembrados en la plaza de San Antonio y dejar que mi imaginación vuele, vuele y se una con mis experiencias de vida, después, cuando una idea o imagen llega a mí, desplazo la pluma por la libreta y pienso… pienso y desbarato, compongo, uno y desuno las palabras y, antes de que todo termine en un portmanteau, resuelvo, concluyo, me levanto y comienzo la caminata, doy pasos que me desplazan a otro escenario que provoque sentimientos nuevos, distintos. Busco jardines suficientemente fértiles para cosechar palabras, recordar pasados y revivir pecados…

Hablar con la gente también rinde frutos, observarlos, escucharlos cual espía disimulando la lectura del periódico, de un libro, bajo el canto de las aves, de los ruidos del calzado de chamulitas que corren a tu lado y te ruegan compralo, vos, compralo, mientras extienden sus manos quemadas con pulseras tejidas, ámbar dudoso, muñecas de trapo y adornos de barro. Las palabras llegan y se van, van y vienen en un vaivén de tiempo, remoto y cercano, así es como comienza la travesía del poeta, del narrador, del novelista, caminando con las palabras, buscándolas y atándolas para que no desaparezcan.

Los frutos de estos rituales son textos dejados al lector para que los use, los resuelva, los haga suyos o los despedace en críticas obsoletas: lo escrito, escrito está y quien lo escribe no puede, ni debe componerlo, eso es trabajo del lector, del que recibe y acepta o rechaza lo escrito. Por eso es que en México casi nadie lee, por flojera a recomponer las palabras, por no aceptar que la lingüística es una ciencia, por desidia, envidia o mala conciencia, (o por falta de paga para comprar un libro…jijiji).

Mis rituales han rendido frutos: dos de esos poemas que logré amarrar a mi morral cuando vivía en San Cristóbal, fueron publicados: “Tener que quemarte”, que ya antes lo había subido al blog y que puede leerse en el apartado de las vomitadas poéticas y “Transeúnte secreta”. Este último lo tendrán en unos días.

Foto:
"Caminando por San Cristóbal de Las Casas",
de Judith Arteaga Romero
(saludos amiga, cometí el abuso de nombrar y usar tu foto).

5 comentarios:

Unknown dijo...

Deberia de estar estudiando, pero como siempre, mi predilección por la letra sobre la tecnologia me atrapa. Muy buena foto, solo he estado una vez en San Cris, pero me enamore del lugar. Estos rituales en mi se presentan en los medios de transporte, en la combi, en el taxi, aunque esto causa que no logre plasmar nada porque la pluma huye con el movimiento. El ritual que mas me gusta es ver la lluvia, y sentirme gota y sentirme nada, ha como disfruto sentirme nada je :P.

Saludos !!

Víctor Argüelles dijo...

Que tal Serpiente, se agradece la información enviada acerca de la presentación de libro.

Sobre este texto: Buena prosa y logra trasladarnos a San cristóbal, ese lugar mágico que aun habita en los recuerdos, seguro que en mi próximo viaje a Chiapas, pasaré a saludar a mis paisanos de San CRIS, a tomarme un ponche con harto posh.

Saludos.

Luger Himmlisch dijo...

Asi eran tus rituales mi querida y bien ponderada serpentina tuguesca ¿pero cómo son ahora? ¿eh? ¿eh?

Serpiente sabor Sandía dijo...

De quejas, de reproches, de disgustos, de peleas por los short´s no lavados, por los vasos, por la sábana no estirada... es difícil escribir algo con el desgaste emocional que me provocas... muy difícil!!!!

Shinji dijo...

great picture!
belle prose urban.

:D